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Opinión / SEPTIEMBRE 27 DE 2023

Algo huele mal

Las opiniones expresadas por los columnistas son de su total y absoluta responsabilidad personal, no compromete la línea editorial ni periodística de LA CRÓNICA S. A. S.

Mientras la vorágine politiquera se mueve, con rumores de cachetadas y correazos propinadas por un empresario del voto a un mandatario local y su hijo, y el alejamiento del patrón hacia la campaña de otro de sus candidatos a la Gobernación (el que se muestra estrenando camiseta roja), la población de los municipios sigue sufriendo por agua: hace unas semanas los habitantes de Salento se quejaron por el fuerte olor a plaguicida que desprendía el agua que llegaba por los grifos, mientras que los de Filandia tuvieron que bañarse a cocadas durante 4 días hasta que se restableció el servicio.

Nada nuevo hasta acá: EPQ es al Quindío lo que Electricaribe ha sido para la costa Atlántica. Pero es un buen punto de partida para revisar la gestión de los gobiernos apoyados por este mismo patrón en torno al agua, y no solo en materia de acueducto, sino también de alcantarillado. Particularmente, el proyecto de pozos sépticos llevado a cabo por la exgobernadora que fue su pareja.  

1.058 predios fueron intervenidos, con la construcción de estos sistemas de saneamiento básico. Haciendo una revisión general en Google, encontré en la página del medio Eje 21, que “el municipio con mayor cantidad de pozos sépticos fue Armenia con 263 soluciones ambientales. Le siguieron en orden Filandia, Circasia y Génova con 175 construcciones de pozos. Los demás municipios participaron con cantidades que variaron entre 24 y 106”.    

Una iniciativa que en un principio arrancó aplausos por la respuesta que pretendía generar pero que con el tiempo se desinfló: La Procuraduría señaló posteriormente que se habrían firmado seis convenios interadministrativos con Esaquín (al amaño de la mandataria convertida en EPQ), CRQ y la Promotora de Vivienda por más de $250.000 millones; entidades que carecían de la capacidad técnica y financiera para ejecutar las obras, lo que las obligó a subcontratar con privados amigos de la entonces gobernadora y su pareja sentimental.    

Pero, aparte de los líos con la Justicia que pudieran haberse desprendido, es de subrayar la poquísima efectividad de la iniciativa. Se les olvidó que para que un pozo séptico funcione, hay que hacer algo más que solo abrir un hueco. El mantenimiento, es algo tan necesario como lógico, por lo que resulta increíble que lo dieran por sentado.    

Para un conocimiento más profundo: estos sistemas tratan por aparte las aguas negras de las grises (que es como se le denomina a las jabonosas) por medio de sistemas que filtran, sedimentan y capturan grasas, así como por la acción de microorganismos que se alimentan del lodo resultante en procesos aerobios y anaerobios. Pero su funcionamiento no es a perpetuidad. Se requiere de la limpieza y remoción de material cada cierto tiempo, un proceso que debe ser ejecutado por empresas dedicadas al tema. Para un pozo con capacidad de 1.650 litros, el trabajo puede salir por los 500.000 pesos anuales, que, aunque no nos parezca costoso, para la población impactada por el proyecto, puede resultar una inversión importante.    

Pensaría uno que, con un proyecto financiado por regalías, a las que se sumaron cupos indicativos del Gobierno nacional, los de la venta de las acciones del Quindío en la Edeq, y recursos del crédito, el componente de mantenimiento habría quedado asegurado. Pero ni la gobernación de la época dejó planteado el instrumento para esto, ni la EPA y la EPQ, como prestadoras del servicio en la capital y los municipios se han encargado del tema. Y eso que en la factura todos pagamos una tasa retributiva por vertimientos, que recauda ingresos que deben ser ejecutados en la mitigación de la contaminación hídrica.    

Mientras tanto las comunidades se aguantan los olores, las moscas y las enfermedades. Y las aguas residuales no tratadas son absorbidas por el suelo y llevadas por escorrentía a las fuentes hídricas del departamento. Los responsables siguen haciendo campaña (vestidos de fucsia o de rojo; es lo mismo), vendiendo promesas y atacando a sus contrincantes con campañas sucias. Pero algo es indudable; nos dejaron el departamento vuelto m*****.  


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