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Cuando murió Chavita, se encontró con su compatriota del alma, Francis Drake, en la paila mocha, la más caliente de todos los infiernos. Su muerte sorprendió a los habitantes de Morro Unido, que la creían eterna. La noticia paralizó a los recolectores de nabo, a los fabricantes de té y a las trabajadoras sexuales que los fines de semana venden maromas de amor en la casa de la vieja Victoria, en la calle que va al moral. A Chavita la eligieron reina de la vereda a los veinticinco años y gracias a su alma de medusa turritopsis nutrícola se hizo reina eterna. Como reina, vio morir veinte presidentes del consejo veredal y, con su sonrisa de momia egipcia, anexó a sus dominios calles de veredas vecinas, minas de oro de veredas lejanas, y con su poder absoluto, volvió mudos a todos los periodistas de la región.
Algún presidente de una vereda, que deseara visitar a Chavita, era sometido a dos semanas de adiestramiento de protocolo chabacano. El visitante no podía comer mocos en presencia de la reina, tenía que ponerse zapatos brogue, así en su vida, solo hubiera utilizado alpargatas de fique. Mirarla de frente se consideraba un gesto de pelea, y darle la espalda era tomado como una señal de homosexualidad. Su nuera no sobrevivió a los rígidos protocolos chabacanos, cuyo primer punto consistía en que solo se aceptaba la horizontalidad mientras se entregaran a la desnudez del amor, tampoco se podían producir ruidos de placer, ni escuchar el trique traque de la cama. La nuera al igual que la suegra, tenía que hacer popó en bacinillas de oro, robadas en una vereda lejana. No podía invitar a sus amigos a la casa, y si algún pariente llegaba, tenía que ofrecerle té de chachafruto que era la bebida oficial de Morro Unido. La nuera, conocida como la cazadora, prefirió los placeres del mundo, a la insatisfactoria cama de su marido, un hombre insulso, producto de la relación incestuosa entre Chavita y un primo lejano.
La Bichota Batracios Company transmitió la noticia de la muerte de la reina veredal, y la comparó con la Mamá Grande, soberana absoluta de una vereda lejana, que fue la única de ese rincón del mundo, que apoyó, traicionando a su región, a Morro Unido en una guerra por una isla lejana, conocida como isla del mal vino, que Chavita consideraba suya. Flexuosos presidentes de veredas vecinas mandaron al entierro de Chavita a sus mejores plañideras, y suspendieron en honor a la muerta, el campeonato interveredal de tejo, decretaron treinta días de duelo, prohibieron a las mujeres, usar tangas, y las obligaron ponerse calzones negros mata pasiones y las relaciones sexuales fueron prohibidas durante tres meses.
El olor de Chavita disolvió las filas de dolientes, y tuvieron que enterrarla de afán, porque los aires se llenaron de tantos gallinazos, que, como las flechas de Jerjes , oscurecían los rayos del sol. El obispo de Cante el burro, la nombró santa de la mancomunidad veredal.