Las opiniones expresadas por los columnistas son de su total y absoluta responsabilidad personal, no compromete la línea editorial ni periodística de LA CRÓNICA S. A. S.
Tengo que decir que apoyo al presidente Petro en algunos asuntos fundamentales: la necesidad de reformas de fondo en temas como la política, el agro, la salud, el régimen laboral, la preocupación frente a la amenaza del cambio climático, la necesidad de negociar algo así como una Paz Integral si queremos que unos bandos violentos desmovilizados no sean reemplazados por otros. Tengo la convicción que pese a las Saravias y los Benedettis y demás errores cometidos, el cambio hacía falta, que este gobierno es mejor que el anterior y que el que pudimos llegar a tener con el inefable Rodolfo.
Pero discrepo del contenido de las declaraciones en las que elogia y exalta la labor de Fidel y Raúl Castro al frente de la dictadura de más de 60 años en Cuba, refiriéndose a los niños cubanos que, dice Petro, gozan de buena salud y educación. Vamos, por partes, no soy un anticomunista furibundo, un macartista dispuesto a salirle al paso como fanático cruzado contra todo lo que signifique colectivismo, como tantos, no veo en Fidel al demonio causante de todos los males de la isla y sus alrededores, no creo, por ejemplo, que bajo su férula se hallan cocinado los atentados a la Escuela de Policía en Bogotá en 2019, entre otras cosas porque la dinámica del terror y el impulso del narcotráfico ya tiene la suficiente autonomía y eficiencia criminal en el país, como para tener que acudir a Cuba para cocinar un ataque de esta naturaleza.
La Revolución cubana tuvo su peso específico que conviene no olvidar. Nadie, sensato puede negar la estatura histórica de Fidel Castro y del Che Guevara en el siglo XX, la profunda influencia que tuvo esa Revolución en América, la utopía necesaria y el punto de referencia que fue para la juventud atrapada entre autoritarismos y satrapías en América Latina, la gesta de un puñado de barbudos en la Sierra Maestra, inspiró una nueva sociedad y una verdadera praxis democrática tan escasa en nuestros países. Casi todos, excepto la derecha recalcitrante y oscura, tuvimos un sueño, necesario también, de romanticismo político, alrededor de esa revolución; pero también hace mucho tiempo, entre las brumas del entusiasmo, fue apareciendo la proa fría de un régimen totalitario, de una dictadura monolítica e intolerante, incapaz de sostener logros importantes que, alguna vez, sustituyeron la dictadura de Batista, que terminó como toda tiranía con graves violaciones al régimen democrático.
No presidente Petro, dictadura, ninguna, ni la de Pinochet, ni la de los Castro, ni Videla, ni Ortega en Nicaragua, ni con logros, ni sin logros, ni duras ni blandas, quienes hemos optado por credenciales liberales y socialdemócratas, sabemos también que en la política el mundo es más complejo que esa división simplista e irreal entre blanco y negro, entre dictaduras buenas y malas.
“¿Debilidades totalitarias?” pregunta Alejandro Gaviria.