Las opiniones expresadas por los columnistas son de su total y absoluta responsabilidad personal, no compromete la línea editorial ni periodística de LA CRÓNICA S. A. S.
Pareciera premonitorio el tema tratado por diferentes medios de comunicación del País, al cual se hizo referencia en esta columna el pasado domingo, referente a la soledad y la depresión, con el lamentable acontecimiento de la famosa presentadora de televisión Lina Marulanda. De seguro, todos quienes conocimos la trayectoria exitosa de este personaje, nos seguimos preguntando, sin hallar una respuesta que nos satisfaga de alguna forma, las verdaderas razones de esta tragedia.Cuando a diario tenemos la oportunidad de conocer experiencias o situaciones dolorosas que tantas otras personas afrontan en sus vidas y frente a las cuales aun a nosotros nos parece difícil que ellas sean capaces de sobreponerse y las que seguramente Lina en sus quehaceres periodísticos tuvo ocasión de conocer, no hacemos más que interrogar sobre qué otras situaciones más complejas aun se le tornaron definitivamente insuperables. “Un gran ser humano, con grandes valores, alegre, jovial, gran amiga y compañera, el mejor sentido del humor, entusiasta, talentosa, excelente profesional” y demás calificativos elogiosos que no terminaban de expresar sus compañeros de trabajo, sus amistades y todo aquel que tuvo la oportunidad de compartir su vida, no le eran suficientes. Y si aparentemente lo tenía todo: Talento, fama, prestigio, el respeto y aprecio de sus allegados, posicionamiento profesional y muchos otros elementos como para contar con una vida tranquila, un futuro promisorio, ¿qué fue en última instancia lo que le falló en la vida a Lina? ¿Qué la pudo haber llegado a tomar tan fatal determinación?. Respuestas se nos pueden ocurrir más de una.
Un medio escrito ha informado que se hallaba en una profunda depresión. Una amiga ha dicho que afrontaba problemas económicos ya que su negocio no andaba bien, que además adelantaba proceso de divorcio de su segundo matrimonio que solo llevaba cuatro meses y que últimamente quería estar sola supuestamente para ordenar sus ideas, pero que jamás se le pasó por la mente que pudiese llegar a tal extremo . Todo esto seguramente corresponde a una ambientación de lo que finalmente sucedió. Sin embargo, la razón última, la real, tan solo Dios y la propia Lina la conocen. Todo lo demás que se diga, no pasan de ser especulaciones.
Por lo pronto, queda claro, que no son, ni el éxito profesional, ni la fama, ni el prestigio social, ni el talento, ni el dinero, ni todo lo que el mundo le ofrece a una persona, lo que lo hace feliz o lo que le asegura la paz interior. Pese a que tenga todo ello, puede estar propensa, incluso en ocasiones más que otras con menos fortuna aparente, a afrontar los mayores conflictos internos. La vulnerabilidad no es inmune, ni al más fuerte aparente.
En particular, si tan solo se cuenta con los soportes de tales fortalezas efímeras. Frente a ello, es Dios el único que nos puede blindar contra cualquier clase de conflicto interior que nos sobrevenga, por fuerte que sea. Sin este soporte, quedamos propensos a ser arrasados hasta por la más leve tormenta. Al decir, esto en modo alguno pretendo siquiera insinuar que a Lina le faltó este soporte. Ni riesgos. Repito, sólo Dios sabe lo que sucedió y sólo El en su misericordia que es infinita, lo puede determinar y juzgar, reconociéndole los grandes valores que aplicó en su peregrinar terreno. Que Dios le dé la paz que al parecer no logró en este mundo y que su familia y sus allegados, logren sobreponerse a tanto dolor ocasionado con su partida.
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