Las opiniones expresadas por los columnistas son de su total y absoluta responsabilidad personal, no compromete la línea editorial ni periodística de LA CRÓNICA S. A. S.
En la vida de toda persona sensata ha existido por lo regular una persona que de alguna forma se ha constituido en esa especie de piedra en el zapato que de la mejor voluntad le está haciendo ver sus errores, le está llamando la atención o simplemente le está planteando alternativas diferentes a las que se ha acostumbrado. Incómoda, porque nuestra naturaleza humana, sobre todo en su etapa de formación, poco agrada que se le lleve la contraria, que se le corrija o se le llame la atención. Aparentemente reconocemos que no somos perfectos, pero cuando alguien nos increpa por alguna razón, generalmente nuestra reacción no es la mejor.La prepotencia y la soberbia son características de las cuales no suele escapar persona alguna. La historia de la humanidad está llena de personajes que han cometido toda clase de atropellos, afectados por tales virus. Y lo peor, es que muchos los han llevado hasta su propia tumba, fosa similar a la que han llevado a miles de sus congéneres. Hoy día el fenómeno lo presenciamos a diario en mayor y menor escala y en todos los órdenes e instituciones de la vida pública y privada.
Esta introducción, permite ilustrar el mensaje que nos trae el personaje del evangelio de san Mateo, Juan el Bautista, denominado el Precursor, el enviado por Dios para allanar, esto es, despejar el sendero, el camino, el terreno en el cual Jesús habría de construir su obra salvadora. Tal vez el personaje bíblico mas franco, directo y categórico frente a las injusticias, a los atropellos de los más poderosos hacia los más vulnerables y lo que a la postre le representaría su muerte violenta. De este personaje es necesario aprender la valentía para enfrentarse a quien fuese necesario para hacerle ver sus propias falencias. Esa que hoy tanta falta hace en muchos hogares donde se ha perdido la autoridad, el respeto por el temor de los padres a incomodar a sus hijos, dejándolos a su libre albedrío, a una libertad falsa que luego se convierte en su peor verdugo. Situaciones que se ven reflejadas luego en su propia auto destrucción, frente a tantos peligros y riesgos a los que se ven expuestos cuando observan que no cuentan con los controles debidos. Los desenfrenos saltan a la vista: Si se alcanza algún logro, porque se alcanzó, si se tuvo un fracaso, por esta razón.
Luego serán ellos mismos quienes reclamen a sus progenitores su falta de carácter en los momentos que requirieron de la mano fuerte de quienes tenían el deber innato de hacerlo. Por el contrario, son los mismos hijos quienes en su momento tuvieron serias discrepancias y disgustos con sus padres porque los supieron controlar y oponerse a sus múltiples caprichos e intentos de desenfreno, quienes posteriormente les han de reconocer y de agradecer, el haberles mantenido las riendas bien amarradas aun a costa de todo ello, al ver luego los excelentes resultados positivos con sus triunfos personales, pero ante todo como unos grandes seres humanos. Es que la vida ofrece todos sus espacios, en la proporción adecuada: Para el gozo, pero también para el sacrificio. Para el disfrute, pero también para el esfuerzo. Todo en su debida proporción. Se diría que son directamente proporcionales en una progresión geométrica.
Esta época de preparación para la Navidad, nos debe hacer pensar que tan despejado tenemos el terreno para que Jesús entre en nuestra vida, para que la transforme, para que nos haga mejores personas en todo sentido: Mas transparentes, más humanos, más solidarios, más generosos, más proactivos y coherentes con lo que pensamos, con lo que decimos creer. No basta con no hacer el mal. Es necesario dar un paso adelante y procurar hacer el bien en todo sentido. Es la persona que Jesús desea encontrar en nosotros con su venida. ¿Será posible que la encuentre?