Opinión / AGOSTO 16 DE 2009

La peor de las crisis

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Frente a esos momentos difíciles, inevitables en la vida, diversas son las actitudes que asumimos los seres humanos, en concordancia con los factores internos y externos que de una u otra forma han incidido en el desarrollo de nuestra vida. Desde comienzos del año pasado, los medios de comunicación en particular los que se ocupan de los temas financieros y de la economía mundial, no hacen mas que hablarnos de la crisis mundial, caracterizada por una reducción en la capacidad de compra de la población (demanda),  crecimiento de los índices de desempleo,  reducción en el crecimiento de la economía, quiebra o fusión de instituciones financieras, pérdida de propiedades, entre muchos otros.

En el caso específico de nuestro País, aunque es obvio que se vea afectado, mas aun, frente a las amenazas por las divergencias políticas con nuestros vecinos mas representativos en el plano comercial, el impacto al interior de la población pareciera sentirse con cierta pasividad, mas por costumbre, por conformismo o por resignación. Los efectos que se sienten con tanta fuerza en países que están acostumbrados a mantener alto nivel de vida, necesariamente tienen que ser mas impactantes, cuando observan que su mercado se ve reducido sustancialmente, que ya no pueden programar y realizar sus vacaciones en la proporción de antes, que sus roperos ya no se pueden renovar con la frecuencia de antes, que los compromisos sociales deben limitarse. En nuestro medio, son efectos que los siente una mínima parte de su población acostumbrada a los mismos excesos, pues aunque los indicadores del Departamento de Planeación Nacional plantean en pobreza (42.3%) y en indigencia (14.7%), la realidad que se percibe es muy diferente y fácilmente estimable por encima del 80%, en la sumatoria de ambas situaciones.

Pero lo mas preocupante de tal crisis, indudablemente corresponde al de la ética, la que es fundamento y razón de ser de las crisis en los demás campos de la vida. Antepone los intereses particulares sobre los generales, convierte en fines, los medios y es la que mayor destrucción puede continuar generando. En su tiempo, san Pablo advertía a los Efesios y hoy nos lo expone a nosotros, muy a propósito de todo lo que esta ocurriendo: “Poned atención en comportaros, no como necios, sino como sabios, aprovechando el momento presente, porque corren malos tiempos”. Una sabiduría que debe sustentarse en la voluntad de su Creador e inspirador, para que sean fuente de vida y nunca de muerte. Sabiduría que, así concebida,  será fuente de riqueza, no de miseria y por ende aplicada con transparencia, con equidad, con la verdad, con honestidad.

Tal como lo plantea el Eclesiastés, “la sabiduría de Dios acomoda el semblante o aspecto del hombre a lo que exigen las circunstancias y los tiempos”. La peor crisis que puede enfrentar cualquier persona, es sin lugar a dudas una falta de fe en el Dios de la vida, una falta de esperanza, una vida única y exclusivamente fundada en lo que le pueda brindar el mundo. Cuando esto le sucede, cualquier traspié es para esa persona el fin de todo y aun causa de suicidio, como sucedió recientemente a muchas personas en Estados Unidos, ante la pérdida de sus bienes inmuebles por causa de la crisis. De allí, que solo Dios nos puede blindar contra toda adversidad, dificultad y crisis, por compleja que sea.

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