Opinión / ENERO 26 DE 2016

Mis momentos mágicos del cine (2)

Las opiniones expresadas por los columnistas son de su total y absoluta responsabilidad personal, no compromete la línea editorial ni periodística de LA CRÓNICA S. A. S.

Con la llegada del teatro Izcandé y El Colombia, salas de cine que contribuyeron a consumir en su totalidad, los domingueros, escasas monedas que mi papá nos daba los domingos, desaparecieron El Parroquial y El Tigreros. En aquellas salas nunca vi una buena película.

Empecé a ver buen cine en los cineclub, el primero de ellos funcionó los sábados en la mañana en El Izcandé, creo que en los agitados años setenta, lo organizó la Juco,    y solo presentaban películas soviéticas.
En 1945 irrumpe el neorrealismo italiano y nos encontramos con una escena desgarradora.

La composición de la misma, el punto de vista de los personajes y la ubicación de las cámaras, hacen de esta escena una pieza maestra en la historia del cine. Roberto Rosselini es el encargado de trasladarnos a la Italia invadida por los nazis.

En Roma ciudad abierta, Pina interpretada por la inolvidable Anna Magnani, corre tras el camión en el cual llevan arrestado a su novio Francesco, un partisano de la resistencia. Pina cae asesinada por una ráfaga de ametralladora ante los ojos de su hijo Marcelo (Vito Annichiarico). El dramatismo de la escena lo    acentúa la posición de las cámaras que se convierten en tres miradas, la de Francesco, la de Pina corriendo y la del pequeño Marcelo.

Continuando con el neorrealismo, en 1948 aparece una joya catalogada dentro de las diez mejores películas de la  historia del cine, Ladrón de bicicletas de Vittorio De Sica. En la Italia de la Postguerra al desempleado  Antonio Ricci (Lamberto Maggiorani) le roban la bicicleta en su primer día de trabajo, desesperado por no recuperarla y ante la impasividad de  las autoridades, roba una bicicleta y es capturado por la multitud que pretende lincharlo. Solamente el llanto desgarrado de su hijo Bruno (Enzo Staiola) logra salvarlo de la cárcel. Esta escena es sin lugar a dudas gracias a la participación del pequeño Marcelo, una de las más lindas y desgarradoras en la historia del cine. De Sica con esta película inicia la tendencia de los actores naturales.

Nos encontramos en 1960 con el maestro del suspenso, Alfred Hitchcock el cual se instala las telarañas de nuestra memoria con una escena en la cual los efectos sonoros y la música, generan un extraordinario realismo que sumado a la subjetividad de los planos cortos y la diversidad de ángulos, la convierten en una de las inolvidables del séptimo arte. Marion Crane (Janeth Leig) es asesinada por la madre de Norman Bates en el baño del motel en el cual se hospedaba. Esta escena que dura tres minutos tiene entre 71 y 78 ángulos y cincuenta planos.

El sonido del cuchillo desgarrando a Mariòn se logró penetrando con el mismo cuchillo un melón.

En el ejercicio de la memoria del corazón, encontramos muchas escenas regulares, buenas y excelentes, y también muy buenas películas sin escenas eternizadas. 
En la historia reciente de los Oscares no veo una película a la altura de las inolvidables del siglo XX.  

 


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