Las opiniones expresadas por los columnistas son de su total y absoluta responsabilidad personal, no compromete la línea editorial ni periodística de LA CRÓNICA S. A. S.
Desde los tiempos de Ringo y Django, con los cuales me deleitaba en el viejo teatro Victoria, no había vuelto a vivir, tan de cerca las historias del lejano oeste, como en los últimos días de esta Polombia adolorida. Nada más parecido a esos pueblos donde imperaba la ley del revólver, que esta Polombia que hoy padecemos. El dueño de la mina o del ganado, contrataba cincuenta matones, nombraba al sheriff, fundaba un periódico y mataba a quien quisiera, para hacerse dueño de las tierras, mientras el juez genuflexo lo saludaba. Todo esto ante el temor y la desazón de viudas y huérfanos que atribulados sufrían su mundo, hasta cuando aparecía un pistolero perdido en el desierto, con algo de dignidad humana, que se convertía en una esperanza. Nada se parece tanto a la fantasía, como la realidad. Los polombianos estamos en manos de nuevos matones que al estilo de aquellos de las historias del lejano oeste, hoy, armados de instrumentos legales, compran conciencias, periódicos, y se alían con bandas criminales y nombran a sus amigos en puestos claves para defender sus intereses. Hoy los Zapateiros son los sheriffs del viejo oeste y las bandas criminales son las cuadrillas de forajidos, que acompañaban al patrón a quemar casas y pueblos, y a asesinar viudas que no quisieran ceder a sus intereses. El juez genuflexo del oeste es hoy ministro de Justicia, fiscal o procurador.
Hoy vemos al igual que en aquellas películas, carreteras desoladas, pueblos fantasmas por el miedo, y camiones ardiendo, como ardían las diligencias, y al contrario de cómo eran atracados los bancos por los Butch Cassidy, hoy los Butch Cassidy son los dueños de los bancos, y los atracados somos los necesitados usuarios. Cuando surge, pese a la zozobra de la muerte, un lunático, como los Django en las películas del oeste, con ganas de cambiar las cosas e instaurar un régimen decente, al igual que en aquellas películas, los sheriffs modernos, acompañados de los forajidos modernos, apoyados en los jueces modernos, y asentidos por la prensa moderna, entablan una guerra que incluye destituciones, falsas acusaciones, campañas de difamación, y si eso no basta, se recupera la memoria, se reviven los tiroteos, y empiezan a aparecer asesinados los líderes lunáticos que creen en un mundo mejor. Los llantos de las viudas y huérfanos del viejo oeste cabalgan los vientos de la memoria, y resuenan nuevamente en la Polombia adolorida pero esperanzada. Las historias del viejo oeste no son fantasía, como no son fantasía las historias nuestras. El asesinato, la persecución, y la difamación como arma de poder, han sido la práctica propia de los dueños del poder político y económico, a lo largo de la historia. Pero siempre en todas las sociedades, la contradicción ha sido el motor de su desarrollo. Siempre a los bloques de poder, se les han opuesto líderes y sociedades que, a costa de su sangre, han construido sociedades mejores, más humanas. Nos llegó la hora de cambiar Polombia por Colombia.