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El triste final que, al comenzar esta semana, tuvo la vida terrenal del exalcalde Carlos Mario Álvarez deja una sensación de frustración por lo que él podría haber hecho en ejercicio de la actividad política con la noble causa del servicio en favor de unas comunidades necesitadas de bienestar y no sujeto de explotación, de injusticia y de engaño, como infortunadamente hoy acontece.
Lamentable que una persona buena, de gran trayectoria profesional, con una excelente formación filosófica basada en los valores éticos, hubiese caído en las garras despiadadas de personajes sin escrúpulos, tan solo interesados en llenar sus bolsillos, acudiendo a los más bajos mecanismos, arrastrando la dignidad de quien sea y engañando a una sociedad, arrebatándole no solo sus recursos materiales, sino su prestigio y sus deseos de progreso personal y social. Al fin y al cabo, para ellos “toto” se vale cuando se trata de calmar su ambición personal. No importa a cuántos se lleven por delante, cuánta miseria siembren, cuántos hogares destruyan, cuánto dolor generen. Y aunque personalmente no tuve la oportunidad de conocer al educador Carlos Mario Álvarez, las referencias que en estos días posteriores a su deceso han expuesto los medios, me llevan a escribir este comentario, para insistir en eso que tanto escuchamos en nuestro entorno familiar, en nuestro círculo profesional, laboral, social, pero que en ocasiones poco atendemos de saber seleccionar muy bien las personas con quienes nos relacionamos. Recomendación que al omitir, nos lleva a cometer errores que pueden resultar fatales en la medida que comprometen en alto grado, los principios y proyecto de vida. Jamás podemos olvidar que nuestra intención puede ser la mejor y no dudo que esa pudo haber sido la intención del alcalde fallecido, cuando se relacionó con los personajes de marras, lo que hoy lo ha llevado a la tumba, sin haber logrado, cerrar plenamente su caso con la justicia y, a pesar que la PGN le reconoció su inocencia en el caso del desfalco con los dineros de la valorización en Armenia, ya su imagen había quedado seriamente comprometida, incluida su estabilidad emocional, lo que finalmente la pasó esta semana su letal factura. A quienes se empeñan por intereses particulares, por un falso concepto de lealtad personal por sostenerse en una cargo o por cualquier otro interés particular con reconocidos personajes de pésima reputación por sus antecedentes y quienes aún persisten en reactivarse de diferentes formas dentro de la política a través de sus testaferros políticos inescrupulosos, ojalá les llegue este mensaje y busquen la forma de alejarse de semejantes peligros andantes, antes que caigan en peores laberintos sin salida. La política reclama a los cuatro vientos personas diáfanas, transparentes, sin extrañas y peligrosas interferencias que los enreden en situaciones que puedan terminar incluso con sus propias vidas, con su unidad familiar y con su propio prestigio y dignidad. Esos personajillos son el peor peligro para la sociedad. Ojo con ellos y ellas, que ya se les observa reapareciendo ante los medios. Que tristeza.