Opinión / OCTUBRE 08 DE 2018

Señor de la risa

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Señor, en mi casa en el barrio La Isabela, reconstruida después del terremoto, será un placer agregar un plato en la mesa. Usted no me conoce, y yo no me acordaría de usted, si no fuera por mi hija. Fue en Hilarco, una vereda de Coyaima. Aquella tarde, montado en una bicicleta de una llanta de dos metros de diámetro, llegó usted anunciando el circo. Ni a mi hija ni a mí, nos importó que su circo no tuviera techo, ni que el único bombillo alumbrara menos que una tea, ni tampoco nos importó la mentira que nos dijo, que usted era descendiente de los hermanos Egred.

 

Siempre que llegue un circo a donde yo esté, iré con mi hija y mi esposa. Uno de los recuerdos más lindos de mi niñez es el de mi papá llevándonos al circo, en el terraplén de la Celesa, en el barrio Corbones. Para mí no existían otros circos en el mundo. Siempre al circo que nos llevaba papá, era el mejor. Lo mismo ocurría con mi hija, para ella el circo al que iba, era el mejor del mundo.

Ayer, en cielos abiertos, vi el aviso de un circo, me acordé del tuyo, tal vez el más pobre del mundo, pero para mi hija el mejor. Hacías de todo, anunciabas el espectáculo, eras el taquillero, bailabas con una perrita, eras mago y equilibrista, y el Señor de la risa. Hoy, veinte años después, valoro enormemente tu relación con Martina, la perrita a la que le ponías minifalda y bailabas con ella, era un baile sencillo, sin amaestramiento, y lo más importante, Martina, era la primera en tu mesa, tu dama de compañía. Me acuerdo que primero buscabas la comida de Martina, que la tuya.

Esa noche treinta personas entramos a tu circo, todas con el corazón dispuesto. Mientras todos te miraban hacer una magia elemental, yo veía a mi hija reír, y mientras escuchaba su risa y el aplaudir de sus manos, pensaba en los circos a los que me llevaba mi papá, hoy debe estar aplaudiendo en algún circo en el cielo, y empecé a sentir una tristeza que no me dejaba reír. Esto ocurrió hace muchos años, y puede ocurrirle a cualquiera ahora, incluso pienso que debe ocurrirle a todo el mundo, menos a los niños. Ellos que rían su risa, porque usted y yo, y todo el mundo, sabemos que a ellos dentro de algún tiempo, les pasará lo mismo. Hay demasiadas cosas en el mundo, espantosas y crueles, que no dejan que la risa de los niños dure para siempre. Que pesar de nosotros los adultos.

Señor de la risa, si continúas riendo y haciendo reír debes darte por bien servido y el mundo también. Espero que no te hayas vuelto serio y que todos los niños sigan creyendo que eres el mejor. Si algún día pasas por Armenia, tienes un plato en mi mesa, en mi casa de La Isabela.


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