Opinión / AGOSTO 22 DE 2022

Ulcué Chocué, sacerdote indígena asesinado

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Álvaro Ulcué fue hecho y nació en una casa de barro, piso de tierra, techo de paja y fogón sin brasa. Se hizo sacerdote creyendo en el cristo de los caminos, no en el de los altares. El día que lo mataron, los jóvenes de ayer, que hacíamos de la palabra de los poetas nuestro faro, gritamos con rabia en la palabra “Pido castigo”, de Neruda. Cuando las balas del estado asesinaron al primer sacerdote indígena de Colombia, Álvaro Ulcué, cantamos hasta las lágrimas la Elegía del inmortal Miguel Hernández. Al igual que Ramón Sijé, el sacerdote indígena, el caminante de la palabra y la esperanza, muy temprano, apenas 41 años, besó la tierra, humedecida con su sangre.

“La muerte levantó temprano el vuelo” Temprano, las balas del estado inundaron de plomo sus pulmones. Como en el poema del alicantino víctima de las fauces franquistas, no perdonamos a la muerte, quienes amamos la vida por encima de cualquier ideología, no perdonamos y todavía cantamos, “Pido castigo para los que salpicaron de sangre la patria, para el verdugo que ordenó esta muerte, pido castigo”. “Por nuestros muertos, pido castigo” todavía cantamos y pedimos el castigo que no pidió la iglesia.

Cuando Juan Pablo II visitó Colombia en 1986, el indígena  Gregorio Tenorio fue el encargado de leer el mensaje de los pueblos indígenas. El obispo de Popayán Samuel Silverio no aprobó tres borradores del mensaje, los indígenas le hicieron creer que se leería la carta escrita por el obispo, pero leyeron la escrita por ellos mismos, en ella se  mostraba su larga lucha por la dignidad de los pueblos y la vida. Cuando la lectura llegó al punto que denunciaba el asesinato del sacerdote Ulcué Chocué, la palabra basta, silenció el auditorio y el obispo acalló a empujones al indio Gregorio tenorio, que en ese momento era la voz del pueblo ancestral colombiano.

Los purpurados católicos colombianos guardaron silencio cómplice con el estado, y el asesinato del sacerdote indígena fue ignorado por la iglesia farisaica. El caminante por la dignidad, el caminante de la esperanza, el primer sacerdote indígena colombiano, el nasa Álvaro Ulcué Chocué, sobrevivió al silencio de su iglesia, a su sangre derramada y sobrevivió al olvido, porque hoy todos los caminos del Cauca lo recuerdan, todos los pájaros lo cantan, todos los indígenas lo veneran.

Todavía florecen las flores que brotaron donde Ulcué Chocué derramó su sangre. Como en el poema de Miguel Hernández, los amigos lo desenterraron y besaron su noble calavera, para elevarlo a los altares de la historia. Si la fábrica vaticana de santos tuviera un sentido social, Álvaro Ulcué Chocué, hoy sería el verdadero santo de los indígenas. Muchos sacerdotes acompañaron el llanto nasa, se unieron a su esperanza y hoy recorren el camino propuesto por el caminante de la dignidad de los pueblos.

Ahora entiendo a nuestra vicepresidenta, hecha en los mismos caminos, en los mismos cantos, en la misma esperanza del padre Ulcué Chocué. La dignidad era su lucha, la dignidad se hará costumbre.
 


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