Opinión / ABRIL 04 DE 2010

Una fe viva

Las opiniones expresadas por los columnistas son de su total y absoluta responsabilidad personal, no compromete la línea editorial ni periodística de LA CRÓNICA S. A. S.

Hoy es nuestra gran fiesta: La auténtica, la verdadera, la mas grande de todas: La que nos recuerda que Cristo vive, que ha triunfado sobre la muerte, entregándonos a todos los que en El creemos, la misma posibilidad de triunfo y de alcanzar la felicidad que  ya nunca terminará. Jesús ha cumplido con lo suyo. Ahora nos toca a nosotros cumplir nuestra parte, para ratificar la efectividad de su misión. Seguramente el drama de la pasión se constituye paso a paso en un referente para muchos de los pasajes que a diario nos toca vivir. En particular, nos permite asumir muchos de los retos, si no todos, con el máximo de valentía, con el mayor coraje, a sabiendas de que todo lo que nos acontece en la vida tiene su razón de ser y que absolutamente nada de ello, puede ser superior, ni en la mas mínima proporción, al dolor que sintió Jesús y que estaba centrado en el gran objetivo de saldar nuestra deuda, para rescatarnos de las garras del enemigo, el demonio.

Nos recuerda que siempre tendremos la esperanza de algo mejor, que por encima de Dios no hay absolutamente nada y que la confianza en El, constituye nuestra gran fortaleza. A nosotros nos corresponde, primero que todo, convencernos de esta realidad y actuar en coherencia con lo que Jesús nos indicó. Hacer, como les dijo María a los esposos de las bodas de Caná, hacer lo que  nos pide.  Los problemas de la vida, ya no debiéramos llamarlos problemas, sino señales, mensajes, espaldarazos, manifestaciones o  mecanismos para introducir correctivos en asuntos que de alguna manera venían funcionando de forma deficiente. Generalmente eso acontece: Solo nos hacemos conscientes de esa realidad, cuando las crisis tocan fondo y revientan en situaciones que se nos salen de nuestras manos.

Lo peor, que nos hemos hecho auto suficientes y que incluso a Dios lo hemos excluido y hemos buscado las soluciones justo en los sitios, con las personas y de las formas menos adecuadas o que justamente nos llevan a situaciones peores, antes que a mejorar. Es ahí cuando recordamos las palabras de quienes ejecutaron a Jesús en la cruz, al observar el fenómeno natural desatado en el momento de su muerte, al reconocer que verdaderamente era Hijo de Dios, que El tenía toda la razón. Es que la desesperación es el producto de la ausencia de fe, que nos lleva a cometer torpezas peores.

El gran misterio de este día, recordando a Cristo resucitado, triunfante,  debe rescatar en nosotros esa fe que nos lleva a  vivir con mayor optimismo, lo cual ciertamente no es fácil a la manera como estamos acostumbrados como humanos, exigiendo en todo demostraciones y evidencias. Porque tal como lo plantea el sacerdote jesuita José María Castillo en la Parroquia Virtual, “la fe es esencialmente oscura, es decir, no se basa en la evidencia, ni de ella podemos tener nunca evidencia alguna. Más bien hay que decir que la evidencia que se nos impone es la evidencia de la muerte con todo su poder destructor.

Por eso la muerte será siempre un problema para el creyente, el problema decisivo de la vida. Un problema que sólo puede ser superado a través de la oscuridad de la fe, entre tanteos, dudas e inseguridades. De todas maneras, el testimonio de la fe es cierto. Y eso quiere decir que en la medida en que la fe sea fuerte, en esa misma medida la certeza del creyente será capaz de superar las dificultades y evidencias contrarias a la resurrección.”
¡Para todos los amigos lectores, que Dios les envíe grandes bendiciones en esta fiesta pascual!

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