Las opiniones expresadas por los columnistas son de su total y absoluta responsabilidad personal, no compromete la línea editorial ni periodística de LA CRÓNICA S. A. S.
Hoy celebramos otra gran fiesta para renovar nuestra esperanza, esa que tantas veces tiende a decaer frente a los altibajos que día a día nos presenta la vida. Cuando ocho días atrás, recordábamos el desconcierto de los apóstoles al ver partir a su Maestro hacia la casa del Padre, el que también sentimos todos cuando vemos partir a uno de nuestros seres queridos, hoy recuperamos esa alegría de ver cumplida la promesa de Jesús, recibida del mismo Dios, de enviarnos al Espíritu del amor, de la verdad, de la unidad, como es su Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad.Si en una organización se respira buena armonía, ambiente de tranquilidad, espíritu de solidaridad, de cooperación y unidad entre las personas que la conforman, no obstante las dificultades normales que allí se presenten, siempre han de esperarse los mejores resultados. Y aun cuando no están presenten sus dueños o directivos, persiste el buen funcionamiento, la mejor comprensión entre todos. Se conocen y acatan los principios, se respetan las normas, se reconoce la dignidad de las personas y la empresa marcha por el camino del éxito. Dentro del mundo empresarial, esto se conoce como cultura organizacional, que debidamente aplicada garantiza el mejor aprovechamiento del más importante recurso con que cuenta la institución: su gente.
De seguro, fue esto mismo lo que el Creador del Universo, pensó cuando se le quiso presentar a la humanidad como la familia Trinitaria, enviando a su Hijo a sembrar esa cultura de unidad, para que, una vez cumplida la misión de rescatarla de su propia miseria, contase con la persona del Espíritu que la siguiese orientando, fortaleciendo, y manteniendo en el camino hacia su glorificación definitiva. Bien sabía que su obra aun no estaba concluida y que el mundo debía continuar desarrollándose y creciendo. De ahí, esos siete dones o regalos con que se manifestó a los hombres de buena voluntad, quienes sin su presencia, quedarían expósitos a las fuerzas del mal que seguirían y de hecho los siguen atacando en todas las formas posibles a su alcance, aplicando incluso algunos de ellos para su destrucción.
La ciencia misma, cuantas veces ha sido utilizada por ellos para el mal, antes que para el bien. Lo mismo la inteligencia, la sabiduría el consejo. Cuantos invocan hoy un falso temor de Dios y lo aplican en la cultura de la muerte y del desorden. Cuantos predican una falsa piedad y cuantas otras se fortalecen para hacerle daño a los más débiles. Por todo ello, hoy mas que nunca los católicos estamos llamados a conservar nuestra unidad y a cerrar filas en la defensa de los principios de la Iglesia fundada por Jesucristo y fundamentada en sus apóstoles, acompañados en todo momento por el Espíritu Santo que hoy de nuevo se nos presenta para renovar nuestras vidas, recordándonos que no estamos solos, pues de ser así, seríamos las personas mas frágiles y vulnerables, a merced del enemigo que nos acecha. Para ello, es necesario que lo invoquemos permanentemente.
Que lo reconozcamos y lo aceptemos en todo lo que emprendamos para el bien comunitario, que le pidamos sus luces para que nos permita tomar las decisiones mas acertadas, que seamos fuertes, nos mantengamos firmes y fieles a su verdad, que sepamos dar a quienes lo necesitan el mejor consejo, a tener piedad con el mas débil y mas que temor, reconocer el señorío y la grandeza de un Dios que nos amó primero, incluso antes de ser concebidos en el seno materno, a quien nos debe doler la mas mínima ofensa. Digámosle hoy en su fiesta: “Ven Espíritu Santo y enciende en nosotros el fuego de tu amor”
[email protected]
