Las opiniones expresadas por los columnistas son de su total y absoluta responsabilidad personal, no compromete la línea editorial ni periodística de LA CRÓNICA S. A. S.
El país parece disolverse cada segundo. Después de la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla las violencias en el campo nos cercaban. ¿Cómo salir de la encrucijada?
En el Quindío un grupo de ciudadanos pensó que lo mejor era crear una universidad. El 14 de octubre de 1960 se rompió el sortilegio de crueldades sin sentido: marcharíamos hacia el conocimiento, esa abstracción que estaba en otras partes, menos cerca de nuestras casas.
Cuando ocurrió el sismo de 1999, algo similar pasó. Los quindianos caminaron por la avenida Bolívar rumbo a la Universidad. Habría allí alguna respuesta, imaginaban los desconcertados ciudadanos. Cuando la pandemia, también fuimos allá a buscar una vacuna, en medio del temor circundante.
Cada gesto de tolerancia y apaciguamiento, en Colombia, se responde con disparos y bombas. El desquiciamiento es como un helicóptero de hélices aturdidoras, que lanza sobre nosotros una granizada de ignominia. El 14 de junio de 1964, el ejército de Colombia, mandado por Guillermo León Valencia, llevó el apocalipsis a un caserío de campesinos en Marquetalia. Somos una nación que no se agota de mancillarse a sí misma.
Es tortuoso vivir al borde del abismo. Alguna vez hace 40 años, perseguido por la desazón y el desamparo, caminé hacia la Universidad del Quindío. Allí encontré el sosiego de Laura Victoria Gallego, la voz precisa de Zahyra Camargo, y recuerdo, como si las viera ahora, la lucidez y la risa de Nelson Duque, nuestro docente y filósofo en Lingüística y Literatura.
Zahyra nos decía qué era el mundo, de qué materia estaba hecho; Nelson cómo transitarlo, el método de la razón; y Laura Victoria nos descubría y señalaba los dulces frutos que colgaban de los árboles en esa ruta prodigiosa. Había, en la diversidad, respuestas a la curiosidad y mitigación para el existencialismo profuso de la juventud. Teníamos, con Juan Aurelio o Sonia Patiño, mis compañeros, un lugar en el mundo.
La elección del ingeniero Luis Fernando Polanía, luego de una administración exitosa del actual rector José Fernando Echeverry, se da en un momento crucial para nuestro departamento, sumido en los torpores de la insensatez, de la corrupción y de la radicalización de mafias y clientelas políticas en las entidades territoriales.
El Quindío requiere de la entronización de una dimensión humanística que, desde los llamados tanques de pensamiento, plantee respuestas a tanta oscuridad: ¿Qué haremos para proteger el agua y la naturaleza? ¿Cómo trataremos desde local las adicciones por el juego y las drogas en el contexto de unos gobiernos locales y de unos gremios que no ven esta otra pandemia que destruye? ¿Cómo recuperar la ética y la estética, en medio de la devastación cultural que nos agobia? ¿De qué manera configurar civilidad entre etnias, tribus urbanas y muchedumbres digitales en el contexto de convivencias identitarias?
La Universidad del Quindío puede desbrozar algunos caminos conceptuales, y para ello necesitamos un rector, como Luis Fernando Polanía, que ponga su oído en el territorio de los nuevos tiempos.