Autor : Diego Arias Serna

Por más lágrimas que se derramen, por más llanto que se escuche, por más gritos de dolor y de terror, nada de eso conmueve a quienes negocian con la guerra; su insensibilidad y su crueldad no tienen límites: lo de Ucrania es un claro ejemplo.
“Cuanto más dura el conflicto, más duras son las condiciones que impone cada lado y más difícil es encontrar una solución diplomática para poner fin a los horrores”, Noam Chomsky.
Con un año y 10 días del inicio del conflicto ruso-ucraniano, es incierto lo que pasará a futuro, no solo entre ambas naciones, sino en Europa, y el mundo. Porque, como se sabe, iniciar una guerra es relativamente fácil, pero volver a la paz, sí que es difícil; más aún cuando aparecen otros países que se involucran en la contienda por múltiples intereses, porque esos es lo que hay detrás de las guerras. Lo ideal es que los contrincantes cansados de hacerse daño, incluyendo muertes, decidan negociar la paz. ¿Pero por qué prefieren seguir dejando una estela de destrucción material y vidas flageladas?
¿Cuándo los actores de esas confrontaciones –los que están en el combate-, se darán cuenta de que son utilizados por quienes fuera del escenario bélico sacan beneficios? Con razón el poeta francés Paul Valéry (1871- 1945), expresó: “La guerra es una masacre entre gentes que no se conocen para provecho de gentes que sí se conocen, pero no se masacran”. ¿Cuándo la inteligencia humana va a pensar que debe dejar de matarse por patriotismos infundados, fronteras que aíslan a la población y generan odio? ¿No es más inteligente usar las ‘armas’ de la solidaridad, el respeto y la bondad?
António Guterres, secretario general de la ONU, afirmó no hace mucho: “Solo hay una forma de acabar con el sufrimiento en Ucrania: poner fin a la guerra”, y llamó a todos los estados miembros del Consejo de Seguridad a redoblar “los esfuerzos para evitar una mayor escalada y hacer todo lo posible para poner fin a la guerra y garantizar una paz duradera”. Pero sus llamados no son escuchados, y los enfrentamientos continúan, tanto en el frente de batalla como con la desinformación.
El Consejo de Seguridad de la ONU es el máximo responsable de la paz y la seguridad mundial; en esa tarea cuenta con la colaboración de la Asamblea General y el secretario general. Sin embargo, ese papel no se ha podido cumplir a cabalidad, porque allí tienen representación los grandes poderes políticos y económicos, como son EE. UU., China y Rusia, y en menor medida Alemania, Reino Unido, Francia e Israel. Las tres grandes potencias (EE. UU., Rusia, China) vetan cualquier medida que determine el Consejo de Seguridad, sí se sienten afectados. ¿Qué pasará en este segundo año del conflicto?
Lucha por la hegemonía mundial
Para responder ese asunto, nos apoyaremos en Joaquín Estefanía, quien tiene un pregrado en economía y en periodismo, autor de varios libros, entre los que cabe mencionar La nueva economía: la globalización (1996), Contra el pensamiento único (1998), El poder en el mundo (2000), La economía del miedo, (2011) y Estos años bárbaros, (2015). Fue director del periódico El País, España, 1988 y 1993. Desde hace varios años es uno de sus columnistas. Hace poco publicó: No es un momento ‘Kumbayá’.
Dicho término hace referencia a la canción de Joan Báez “Un momento Kumbayá”, que se asocia con la cercanía y el entendimiento. Esto opina Estefanía: “Es verosímil que, a la vista del desarrollo de la guerra de Ucrania y de ese empate técnico perpetuo, la misma vaya a ser más decisiva para la globalización y la independencia de los países que la propia pandemia de la Covid e incluso que la Gran Recesión”.
Vaticina que “si no hay acontecimientos imprevistos, la guerra va a marcar por mucho tiempo los comportamientos de los países implicados, directa o indirectamente: la ruptura con Rusia durará más allá del conflicto bélico y la utilización de sanciones económicas como arma de guerra extenderá sus consecuencias a lo largo del tiempo. Una mayor fragmentación del planeta”. Más adelante agrega que la principal fuerza motriz del momento es la lucha por la hegemonía mundial entre EE. UU. (y sus aliados) y China (y los suyos).
Luego agrega el analista español: “Todos los movimientos geopolíticos se pueden analizar en esa clave. La geopolítica es más importante para los análisis que el movimiento de las cifras del comercio o las finanzas. Asuntos aparentemente anecdóticos como la prohibición del Tik Tok en los dispositivos electrónicos de los empleados de la Comisión y el Consejo de la Unión Europea tiene qué ver con ello”.
Según él, “las aplicaciones y los productos tecnológicos chinos despiertan un gran recelo en las autoridades occidentales. Tik Tok, propiedad del gigante tecnológico chino Byte Dance, tiene 1.000 millones de usuarios, siendo una de las redes más populares entre los jóvenes”.
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Se inicia otra guerra fría
Joaquín Estefanía mencionó, además, que el economista Nouriel Roubini, en su último libro titulado: Megamenazas, escribió: “en un mundo de globalización lenta, EE. UU. y China pueden operar sistemas de comercio e inversión que competirían entre sí; la mayoría de las naciones se alinearían con uno o con otro y habrá quien trate de mantener buenas relaciones entre ambos rivales. Eso mejor que nada”.
Es el escenario de inicio de otra Guerra Fría. La primera operó entre 1947 y 1991, con una disputa entre EE. UU. y sus aliados y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Hoy se enfrentan EE. UU. con China – lo que no es nuevo-. La URSS se desmembró, quedando Rusia, aliada de China.
En la Primera Guerra Fría la humanidad estuvo amenazada con el arma nuclear; ahora el ultimátum vuelve a tener protagonismo. El Acuerdo de Reducción de Armas Estratégicas, conocido como New Start, firmado por EE. UU. y Rusia en 2010, se está esfumando. El pasado 2 de marzo, Dimitri Medvédev, quien ocupa la jefatura del Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, expresó: “Si EE. UU. quiere derrotar a Rusia (por el apoyo militar de Washington a Ucrania), entonces estamos al borde de un conflicto mundial. Tenemos derecho a defendernos con cualquier arma, incluida la nuclear”.
Como su uso pone fin a la humanidad, podría frenar su utilización. Entonces, ¿qué sigue? Al respecto Noam Chomsky (1928), el importante intelectual de EE. UU. no duda en resaltar: “La guerra en Ucrania está causando sufrimientos humanos inimaginables, pero también tiene consecuencias económicas globales y es una noticia terrible para la lucha contra el calentamiento global. De hecho, como resultado de la creciente subida de precios de la energía y las preocupaciones por la seguridad energética, los esfuerzos de descarbonización han pasado a un segundo plano”.
En el recuadro se presentarán apartes del texto “Por qué Ucrania”, donde Chomsky expone otra mirada del conflicto ruso-ucraniana, planteando razones que oculta la contienda. Sostiene que EE. UU. debe renunciar a su estilo de hacer política, consolidado desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial, y que debiera sentarse a negociar la paz. El libro contiene una serie de entrevistas y algunos textos de la sección: “Europa en Crisis. Diario del conflicto ruso-ucraniano” escrito por Pablo Bustinduy.
¿Por qué Ucrania?: Noam Chomsky
“Este conflicto nos enseña mucho sobre la cultura dominante, porque el ‘grotesco experimento’ se considera altamente elogiable, y porque cualquier esfuerzo por criticarlo se silencia o se castiga duramente con un impresionante torrente de mentiras y engaños”, señala Chomsky, refiriéndose a la guerra entre Rusia y Ucrania, que ya llevaba siete meses en el momento de la entrevista.
El intelectual explica que la amenaza que siente Rusia es la que lleva al actuar de este país contra la ampliación de la OTAN: A juicio suyo, “hay una manera muy sencilla de solucionar lo del despliegue de tropas: no desplegarlas. Además, desplegarlas no tiene ninguna justificación. EE. UU. puede afirmar que son armas defensivas, pero -evidentemente- Rusia lo ve de manera diferente, y no le falta razón”.
El pensador también lanza hipótesis sobre las razones por las que EE. UU. y Reino Unido insisten tanto en las medidas militares y punitivas, y sobre por qué rechazan adoptar una actitud sensata para acabar con la tragedia. Chomsky supone que quizá se esconda detrás la confianza de un cambio de régimen: “Si es así, no solo se trata de una actitud criminal, sino también de algo estúpido. Criminal porque perpetúa la violencia y reduce la esperanza de acabar con la guerra; estúpido porque es bastante probable que, en el caso de que Putin pierda el poder, lo ocupe alguien peor”.