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Cultura / ABRIL 17 DE 2024 / 3 meses antes

El rastro de las mariposas amarillas en Armenia

Autor : Carlos Wílmar López Rodríguez

El rastro de las mariposas amarillas en Armenia

Foto : John Jolmes Cardona Núñez, NUEVA CRÓNICA QUINDÍO

"Se sintió olvidado, no con el olvido remediable del corazón, sino con otro olvido más cruel e irrevocable que él conocía muy bien, porque era el olvido de la muerte", de Cien Años de Soledad.

La primera vez que Jorge Iván Salazar Palacio visitó el pueblo de Macondo se aburrió hasta el hartazgo por tener que cumplir con una obligación académica. Era solo un adolescente, no conectó y se perdió entre los recovecos de aquella familia condenada. 

Muchos años después se sintió atraído por el hielo, conoció a los Buendía y, a través de ellos, aprendió de cómo las pasiones furtivas se confunden con amores desmesurados, sobre cómo la fatalidad también puede estar rodeada de encanto y que la magia es tan cotidiana como real.  

Desde entonces algo cambió dentro de él, se obsesionó con la novela. No solo la releyó tres veces, sino que se propuso conseguir un ejemplar por cada idioma en que había sido publicada, emprendió aquella travesía hace 25 años.

Recorrió el mundo, descubrió historias emblemáticas acerca de cómo Gabriel García Márquez en medio de una tremenda crisis económica construyó aquel mundo fascinante mientras su esposa, Mercedes Barcha, sostenía el hogar estirando hasta el último centavo, pero, ante todo, encontró a personas que, al igual que él, habían sucumbido presas del hechizo lanzado por Gabo y se dedicaban a seguir el rastro dejado por las mariposas amarillas. 

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Hace dos años, en 2022, Jorge Iván culminó el viaje, completó la mayor colección de ejemplares de Cien Años de Soledad que hay en el mundo: 420 libros en 48 idiomas, debidamente ordenados y catalogados con la delicadeza, meticulosidad y esmero de un anticuario. 

De cada libro, no solo surgen las siete generaciones de los Buendía en idiomas tan inesperados como el vietnamita o el feroés, sino también una historia paralela que lleva la magia de las letras impresas a las anécdotas vividas en la búsqueda de esos tesoros invaluables que lucen en un anaquel que recorre una habitación de extremo a extremo de una casa ubicada en el barrio La Castellana, en el norte de Armenia.

Por supuesto, el ejemplar que tiene un lugar especial en la colección es una primera edición, uno de esos ocho mil libros que publicó la editorial Suramericana en 1967 y que hoy en día son casi imposibles de conseguir. Aunque, también cuenta con joyas como un ejemplar de lujo, ilustrado por el pintor italiano Sandro Chía, que la multinacional europea Telecom mandó a imprimir únicamente para sus mejores clientes empresariales. Cuenta Jorge Iván que tuvo que pujar bastante alto en una subasta en Madrid para quedarse con lo que en sí misma es una obra del arte pictórico homenajeando la excelencia literaria del nobel colombiano, ya que cada pincelada parece fluir con la gracia y precisión necesarias para recrear algunas de las escenas más inolvidables de la historia de aquel pueblo construido a la orilla de ese río de aguas diáfanas.

Entre los ejemplares hay otro que se destaca por tener el récord Guinness como el libro más largo escrito en una sola línea, aunque parece más un carrete de cine, es el fruto de un huilense inspirado, que un día se propuso rendirle homenaje al novelista de Aracataca transcribiendo a mano cada una de las 467 páginas y, al cual Jorge Iván convenció de que se lo vendiera después de muchos intentos fallidos. 

La devoción de Jorge Iván Salazar con Cien Años de Soledad no se ha limitado a los libros, tiene una versión en acetato narrada por el propio García Márquez, pero, además, creó su museo personal con los objetos más distintivos de la novela. 

Es maravilloso poder observar en un mismo lugar el hielo, los imanes, la brújula, el astrolabio que llevaron los gitanos por primera vez al pueblo; el laboratorio de alquimia en que el coronel hacía los pescaditos de oro; la lanza con que fue atravesado Prudencio Aguilar, o las recreaciones miniaturas de algunas escenas de la novela como la del viejo José Arcadio amarrado al castaño gigantesco junto al que murió. 

Más que una simple colección, este lugar es un testimonio vivo del poder duradero de la imaginación, una especie de pócima indescifrable como la que el gitano Melquiades utilizó para liberar a Macondo de la peste del olvido y le ayudó al pueblo a reconquistar los recuerdos. 
 


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