Autor : Roberto Restrepo Ramírez / Especial para NUEVA CRÓNICA QUINDÍO

Imágenes del Papa Celestino V.
Tal vez la renunica del papa Celestino V es la más controversial, por sus características especiales. Era un ermitaño, fundador en su tiempo de una orden de eremitas o monjes que habían optado por vivir en cuevas del desierto y la montaña.
Realizado el funeral del papa emérito Benedicto XVI -el último en renunciar en un lapso de 6 siglos- es importante destacar que él fue uno de los 7 altos prelados que ha renunciado al papado en el lapso de los 2.000 años de cristianismo.
Antes de su “abdicación” la historia registra las siguientes renuncias, la mayoría de ellas recordadas como efecto de presión por las condiciones de las convulsionadas épocas que les tocó vivir. O por los llamados cismas, que reflejaban las crisis de los tiempos álgidos en la historia de la iglesia católica:
- El primero fue Clemente I, que fue papa entre el año 88 y el 97, aunque dos fechas más se presentan en el historial de la Iglesia. Pues una segunda fuente señala el periodo comprendido entre el 90 y el 99, mientras la tercera lo ubica entre el 93 y el año 101.
- Ponciano, papa entre el año 230 y el 235.
- Silverio, quien estuvo solo un año, entre el 536 y 537.
- Benedicto IX, papa en un periodo bien corto, entre el 10 de marzo y el 1 de mayo del año 1045.
-Celestino V, que ocupó el trono papal solo 5 meses, renunciando el 13 de diciembre de 1294.
-Gregorio XII, primer pontífice entre 1406 y 1415.
- El último de todos los tiempos, Benedicto XVI, quien fue papa entre 2005 y 2013.
Pero es tal vez la del papa Celestino V la más controversial, por sus características especiales. Era un ermitaño, fundador en su tiempo de una orden de eremitas o monjes que habían optado por vivir en cuevas del desierto y la montaña.
De un antiguo recorte de prensa que conservo, publicado en el periódico El Tiempo, en la época del papado de Pablo VI, encontré una información destacada, en referencia a la historia de uno de aquellos papas y que se describe bajo un título que debió llamar la atención de los lectores hace 5 décadas, con motivo de su publicación.
Empieza la columna de prensa, con un título sugestivo: “¿Un Papa que renuncia?”, escrita por alguien que tiene el seudónimo de Picas. Lo hace con una información curiosa:
“Se acentúan los rumores de que se está ejerciendo presión sobre S.S. Pablo VI para que renuncie a su altísima dignidad. Puede que tal cosa suceda. Y la roca de San Pedro seguirá firme...”.
La anterior versión se anticipa a la esencia de aquel artículo, que es la de presentar los detalles de la primera renuncia voluntaria de un Papa, la de Celestino, en el siglo XIII.
El Papa Celestino nació en una población italiana llamada Sant’angelo Limosano en el año 1215, con el nombre de Pietro Angelerio. También fue conocido después como Pietro de Morrones, Pedro de Morrón y Pedro Celestino. Ello, debido a que escogió la vida de ermitaño en el monte Morrón, antes de ser elegido Papa. Y Celestino, porque fue el fundador de la comunidad de los Eremitas, aprobada por el Papa Gregorio X en 1254.
Era el penúltimo integrante de un matrimonio campesino de 12 hijos. Había nacido en la región de los Abrizos y cuenta la historia legendaria que “desde joven lo rodearon extrañas señales divinas y su vida fue un rosario de milagros”. Al escoger su vida de monje solitario en el desierto de Morón, fue seguido por otros monjes y fue por esa razón que se le dio vida a su Orden, a la que más adelante se le llamó la de los Celestinos.
La parte de la historia que relata su inicio de la vida papal está descrita en el siguiente fragmento:
“...No se creía digno de celebrar la misa y durante mucho tiempo resistió a la ordenación. Cada día huía a más lejanos desiertos. Tenía la obsesión de ocultarse a los ojos del mundo. Apareció Pedro Celestino por Roma cuando el Concilio de León trataba de acabar con varias órdenes de flagelantes y mendicantes y quiso salvar a sus seguidores, lo que consiguió también con un milagro. Delante del Concilio en pleno, y tras breve discusión, procedió a decir la misa. Quiso vestir los toscos ornamentos que usaba en el desierto y de improviso aparecieron allí. Se despojó de la lujosa casulla que le habían dado y quedó suspendida en un rayo de sol, durante todo el oficio”.
Había ocurrido que al Papa Celestino lo había nombrado en tan alta dignidad un cónclave de cardenales para suplir la ausencia, por 27 meses, del pontífice que reemplazara al Papa Nicolás IV, quien había fallecido el 4 de abril de 1292. El escogido -incluso con la aprobación de los reyes de Nápoles y Hungría- fue el humilde ermitaño de 80 años. Así se relata aquello:
“...Y de repente, en la forma más insólita, sin previos conciliábulos ni presión alguna, surgió en todos los labios de los cardenales un solo nombre: Pedro Morón. Un sencillo religioso, un pobre solitario cuya gloria consistió en no poseer ninguna gloria humana”.
Pero el Papa Celestino no soportó, “le parecía que su alma disminuía en profundidad y la nostalgia del desierto se le hacía más apremiante”. Lo cierto es que ya se había ganado, en cinco meses de papado, la animadversión de muchos que lo escogieron, pues condenó el lujo y había nombrado a 12 cardenales nuevos, ninguno de Roma y 5 de ellos monjes. En realidad, quería imprimirle a su pontificado el signo de la vida ordinaria y sencilla.
Pero no pudieron las súplicas de los soberanos de Europa y del pueblo, que le rogaba que no renunciara.
La historia lo llamó “el papa del gran rechazo”. Pero él insistía en su empeño de retirarse. Conversó con los cardenales y leyó lo que más tarde se llamaría “La gran renuncia”. Llorando todos los presentes, oyeron el texto. Se convirtió ello en una de las manifestaciones de un Papa con matiz de dignidad y la historia de la decisión más humilde y sensata de un alto dignatario:
“Yo, Celestino V, papa movido por muchas legítimas razones, por el deseo de un estado más humilde y de una vida más perfecta; por el temor de comprometer mi conciencia, por la consideración de mi debilidad y de mi incapacidad, considerando también la malicia de los hombres y mi flaqueza y deseando también el reposo y el consuelo espiritual del que gozaba antes de mi elevación, renuncio libremente y de buen grado al sumo pontificado, abandonando la dignidad y el cargo que le son anexos. Doy desde ahora plenos poderes al Colegio de Cardenales para elegir por las vías católicas y solo por ellas, pastor para la Iglesia Universal”.
Celestino, ya recuperado en su condición de ermitaño quiso regresar al desierto. Había renunciado a su papado pues también quiso intentar la reforma de la Curia. El Papa que le sucedió ordenó su encierro en el castillo de Fumone y murió meses después en uno de sus calabozos.
En tan poco tiempo dejó para la historia de la Iglesia una tradición, la perdonanza celestiniana, con fuerza de indulgencia y que, después, se convertiría en la Fiesta de la Perdonanza, una tradición que incita al perdón y la reconciliación. Sin embargo, y siendo canonizado en 1313 por Clemente V, el drama de San Pedro Celestino fue olvidado por las generaciones posteriores.
El texto final de la columna de prensa recaba en la siguiente afirmación, aludiendo a la historia de tal renuncia: “...Es quizás de lo más grandioso que haya presenciado la historia humana”.