Autor : Carlos López y Ernesto Acero

Foto : Ernesto Acero Martínez
Esfuerzo compartido por la formación básica de los trabajadores de la construcción.
Salomón Valencia Mosquera nació en 1959, en Puerto Merizalde, uno de esos pueblos colombianos que solo se conocen cuando se vuelven noticia, generalmente por una tragedia, de lo contrario permanecen casi olvidados, perdidos en el tiempo. Un pequeño corregimiento de Buenaventura, en el Valle del Cauca, donde solo pudo estudiar hasta tercero porque no había profesores de los demás grados de primaria.
José Ángel Castillo Cortés, es un poco mayor, nació en Buenavista, Nariño, otro de esos municipios pequeños del país donde no pudo estudiar. A sus 67 años, cada vez que puede conversar con adolescentes los motiva a aprender, a seguir en el colegio y a no desaprovechar la oportunidad que les da la vida de pasar por un aula.
John Fredy Barbosa León es menor, tiene 39 años, nació en Armenia, él sí cursó varios grados de secundaria, pero años antes de graduarse prefirió el trabajo y, aunque intentó retomar los estudios en varias ocasiones no consiguió adaptarse de nuevo a la vida académica.
Tanto don Salomón, como don José Ángel y John Fredy tienen en común que en este 2022 decidieron volver al colegio. Hacen parte del programa Tu obra es mi escuela, que lidera Camacol Quindío y que cuenta con el respaldo de las empresas constructoras, la alcaldía de Armenia, la secretaría de Educación municipal y el colegio Inem.
Esta iniciativa está inspirada en un trabajo que lidera Camacol en Antioquia, que llevaba los docentes hasta la obra y se vio necesidad de implementarla por la alta tasa de analfabetismo y baja escolaridad del personal operativo.
A comienzo de año se hizo una convocatoria, que no solo beneficiaba a los trabajadores, sino también a sus familiares directos, no debían poner absolutamente nada, solo la disposición de querer estudiar, las ganas y sacar el tiempo necesario para cumplir con las tareas.
“Cada uno de los involucrados en la iniciativa aporta algo para que ellos se puedan capacitar. Los kits escolares los donó la alcaldía; la secretaría de Educación hizo la inducción y los procesos de validación; la institución educativa Inem amplió los cupos y puso los espacios de formación; Camacol entregó los uniformes y los constructores pagaron las matrículas”, explicó Milena Arango Peláez, gerente de Camacol Quindío.
Los jefes, además, están destinando parte del horario de trabajo para que ellos puedan salir temprano de las obras y así puedan cumplir las 10 horas semanales de clases que les exige la institución educativa, martes de 6:30 p. m. a 9:30 p. m. y sábados de 12 m. a 7 p. m.
De regreso al colegio
Estando en el colegio a don Salomón se le nota alegre, entusiasmado, y no es para menos, está aprendiendo a leer de nuevo, aunque para él lo más importante es poder retomar sus amadas matemáticas, sumar, restar, dividir, multiplicar, conocimientos que olvidó, según afirma, cuando tuvo su primer celular con calculadora.
“Yo ya sé que a la edad que estoy en el estudio, esto no va a ser para seguir una carrera, pero sí es un ejercicio para mi mente, estoy recordando cosas que sabía bien. A pesar de que solo estudié hasta tercero, sabía números quebrados, dividir por la cifra que fuera. Y en este momento, si voy a hacer algunas compras, ya no me van a tumbar, porque ya sé hacer las operaciones y solo por eso estoy muy contento”, dice mientras sonríe.
Solo el hecho de volver de tener uniforme, cuadernos, libros y compartir con compañeros, ya es una experiencia gratificante, pues en la clase se olvida de los problemas cotidianos.
Como oficial de construcción debe cumplir muchas tareas físicas, pero tiene la esperanza de que los patrones, en la medida que vaya ganando los años, lo puedan terminar ascendiendo.
Don José Ángel se benefició del programa de formación porque su hija es residente de obra, él intentó validar su educación en varias ocasiones, pero por distintas razones no pudo culminar, así que ahora está decidido a cumplir con su meta.
“La verdad es que con los años es mucho más difícil el aprendizaje, para memorizar y todo eso, dios mediante, la idea es terminar este proceso. Esto es una satisfacción enorme y un compromiso, es como volver a la infancia, compartir con unos compañeros, donde ya todos tienen mayor experiencia”, asegura con la determinación de quien sabe lo que quiere.
Por su parte, John Fredy también tiene muy claro que este año sacará su cartón de bachillerato, en la constructora en la que se encuentra ha ido ascendiendo y espera convertirse en tecnólogo para crecer profesionalmente.
“Hace 4 meses al volver al colegio sentí susto, porque llevaba muchos años sin pasar por un aula, sin coger un cuaderno o un lápiz, pero boté el miedo y ha sido muy chévere”.
Recientemente su hijo lo acompañó a la clase, como no vive con él, el pequeño ignoraba que su papá también debe responder exámenes y cumplir con tareas.
“Fue muy rico porque se dio cuenta de las notas, le mostré, por ejemplo, un taller en el que me fue bien y por eso me siento orgulloso. Yo sé que él va a decir, mi papá está estudiando, qué rico verlo”.
De esta manera, el estudio les ha cambiado la vida a estos hombres del mundo de la construcción, les ha generado un impacto positivo tanto en sus relaciones interpersonales en las obras como en su vida diaria, de lo contrario ni siquiera se atreverían a cambiar sus horas de descanso por una horas en el colegio.