Autor : Ernesto Acero Martínez

Miriam y Alberto, juntos aquí y allá, en la adversidad y en la prosperidad, en la juventud y en la madurez.
Logró la pensión de vejez en Estados Unidos, pero siguió cotizando en Colombia y ya tiene el derecho ganado para jubilarse.
‘Morro’ ya vive sin afán. Fueron muchas las horas y los días trabajando bajo el intenso sol y ahorrando en invierno para no desfallecer en el intento de lograr en Estados Unidos la estabilidad económica personal y familiar y el patrimonio que, en Colombia, a los 47 años, estaba muy lejos de conseguir. Logró su pensión en el país del norte, el requisito allí es sumar 40 créditos (en un año de trabajo se consiguen hasta 4 créditos) y cumplir, mínimo 62 años para jubilarse con el 75 % del salario o esperar hasta los 67 para una mesada plena.
El próximo año alcanzará la pensión en Colombia. Ya tiene más de 1.300 semanas cotizadas y acaba de cumplir 72 años de vida. Mientras trabajó en construcción y pintando casas en suelo norteamericano siguió mandando cada mes lo necesario para sumar semanas a la pensión de vejez. Dejó de trabajar hace un par de años. Hoy puede viajar con relativa frecuencia a su Montenegro natal para reencontrarse con cientos de conocidos que como él partieron alguna vez para ganar en dólares y procurar bienestar para los suyos.
A Estados Unidos llegó por primera vez en 1989, se aventuró por El Hueco y coronó, estuvo 3 años y regresó. Consiguió empleo en Montenegro como secretario del concejo. Ya había sido director de la cárcel montenegrina, guardabosques en el Nevado del Ruiz y oficinista del Igac, de la Contraloría y de la Lotería del Quindío. Junto al entonces alcalde montenegrino, Alberto Pava, y un puñado de concejales, tramitó la visa estadounidense para atender la invitación que Morristown, pueblo hermano por aquellos días del municipio quindiano, les hizo. Voló y regresó. 5 meses después del terremoto de 1999 y ya con varios años sin devengar en Colombia, tomó la decisión de retornar al país de las oportunidades, con la promesa de no mirar atrás, blindado contra la nostalgia, con el afán de establecerse para “mandar” por su esposa Miriam y sus pequeñas hijas Ana María y Valeria.
En Estados Unidos ya residían 3 de sus hermanos, Libardo, Mery y Mariela, que le dieron la mano mientras se acomodó. En Montenegro se quedaron Julia, Irene y Yolanda. Suelen decir en Colombia que la visita, a los 3 días, ya huele a pescado. Parece que en USA es igual. ‘Morro’, el hijo de Mariela y Libardo, se independizó, trabajó en lo que la mayoría de inmigrantes, en construcción. Pasaron unos meses y su esposa dejó un puesto estable en la gobernación del Quindío y partió con la pequeña Valeria en brazos para estar con Ana María y ‘Morro’, juntos, como antes, como en Colombia, como lo habían jurado en la iglesia central de Montenegro el día que el cura les echó la bendición, y como ha sido hasta ahora.
La vida en USA
Miriam, la esposa, estudió inglés, fue a la universidad, se graduó, primero como administradora de oficina y luego como maestra de niños, oficio en el que labora desde hace 12 años. Valeria cumplió la mayoría de edad en USA, obtuvo el título de antropóloga médica de la universidad de La Florida y trabaja en una clínica allí. Ana María se inclinó por el diseño, ahora labora como asistente en una oficina de abogados, en Maryland. Valió la pena, misión cumplida. La familia salió adelante, no fue fácil, pero hoy están recogiendo los frutos de varios lustros de sacrificios. En 2007 espantaron el fantasma de la deportación, se hicieron residentes y en el 2012 obtuvieron la ciudadanía estadounidense.
Sí se podía. Haber aterrizado en La Florida, durante el mandato del demócrata Bill Clinton fue una bendición. Le tocó la época de las vacas gordas, una economía boyante, no faltaba el trabajo. Era tanto lo que había que hacer entre el 2002 y el 2004, que la empresa para la que trabajaba les dio la oportunidad a varios de sus empleados de tener su propia compañía y que subcontrataran. Así lo hizo él. Lastimosamente vino la crisis económica del 2008, finales del mandato del republicano George Bush, y lo ahorrado se tuvo que gastar. Desde entonces ha tirado aguante, hizo el college, manejó un bus escolar, ocasionalmente iba a pintar, hasta que le llegó la notificación de la pensión. Junto a Miriam, que no ha parado de trabajar y el otro año también se pensionará allá y acá, libraron la casa que compraron en La Florida e invirtieron en propiedad raíz en el Quindío.
Esa es la historia de Alberto Castañeda Valencia y Miriam Gil Martínez, padres de Valeria y Ana María. Guardan respeto y agradecimiento por Estados Unidos y amor por Colombia. Quieren, durante los años que les quedan de vida, seguir poniendo sellos en el pasaporte, estar más cerca de los hermanos en Montenegro y Armenia y viajar periódicamente para compartir con sus dos hijas en la potencia del norte. Que así sea.