El diálogo y el afecto es lo que puede retardar la desaparición del oficio docente.

Que una máquina pueda distinguir lo que palpa, para determinar la presión que debe aplicar, es lo más cercano a sentir. En una universidad de Bolonia acaba de pasar, están haciendo pruebas y los resultados son asombrosos. Este podría ser el presente y el futuro de la tecnología. Asombroso, inquietante. Hasta hace poco, el límite entre un robot y un humano estaba determinado por la incapacidad del primero para crear, razonar, aprender y planear, pero todo esto parece estarse revaluando por la Inteligencia Artificial. Como una aplanadora, la IA está empezando a incursionar en la cotidianidad empresarial, educativa, comercial y social; cada vez más cerca, cada vez más útil, cada vez más amenazante.
El estreno del más reciente comercial del gigante de las gaseosas, todo hecho con Inteligencia Artificial, sumado a las pruebas de noticieros de televisión, incluidos los presentadores, producidos por IA, deja ver la trascendencia de esta poderosa herramienta. Aunque no haya llegado a las aulas en países como Colombia, otro de los oficios que deberá replantearse profundamente es el del maestro. Si la docencia sigue resumiéndose a entregar datos, esa tarea hace rato la superó y con creces la Inteligencia Artificial, agregando mayor precisión, utilidad y novedad. Si la relación en el aula, entre el docente y el estudiante, sigue mediada por una nota y una conversación unidireccional, no habrá que esperar a que la IA se instale por completo en las instituciones educativas para que el del profesor sea muy pronto uno de los oficios olvidados.
Para que el docente siga siendo útil en el salón de clases, la enseñanza debe estar mediada por el afecto y la pasión. Clase que no propenda por la humanidad sincera va a desaparecer del pénsum. Quien hoy pisa un aula puede tener más información que el mismo profesor, por eso el rol del educador debe llevarse al terreno de la comunicación afectiva. Maestro será quien pueda potenciar las habilidades emocionales de quien ocupa el pupitre para inspirarlo, no quien sea capaz de resolver el ejercicio. Ya la pandemia mostró, incluso, que a una universidad no la hace el campus y que al colegio no lo hace un cuaderno.
La Inteligencia Artificial no es el futuro, está presente desde hace ya varios años, otra cosa es que ahora sea tan protagonista, incluso en los salones de clases. Traducciones automáticas, simuladores de pruebas, resolución de ejercicios, diseño de espacios, redacción y corrección de textos, elaboración de fotografías e ilustraciones e incluso, detectar información falsa, son, entre otras muchas, las tareas que hoy usan los estudiantes antes, durante y después de una clase. Ya está en desventaja el docente de libro, el que resumió su labor a la expresión oral y la evaluación escrita, tiene tiempo para transformar todo lo que sabe y puede aconsejar para que su presencia en el salón sea respetada y añorada.
La ecuación se invirtió, la Inteligencia Artificial le puede hoy resultar más natural y cercana al estudiante que la artificialidad con la que algunos pedagogos insisten en enseñar. Ahí puede estar uno de los grandes retos de las instituciones educativas; hacer de cada clase una amena conversación, promover valores, poner la mirada más en el territorio que en el libro, y educar con respeto y afecto marcarán la diferencia entre un bot y un magíster.