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Aunque resulta irrefutable la manida frase que reza “los buenos somos más”, también pareciera, lastimosamente, que es igual de cierto que podemos menos. Si no fuera así, el parque Laureles, otrora sitio de encuentro de familias del sector y lugar de descanso y recreo, no se hubiera convertido en un antro, por cuenta de un grupúsculo de antisociales que, como en otras partes de la ciudad, le ganaron el pulso a la autoridad y pudieron más que cientos de ciudadanos buenos a los que les expropiaron el derecho al descanso mientras están en sus hogares y a disfrutar el parque público.
Lo que ocurre todas las noches en el barrio Laureles es una burla a la autoridad, un desprecio por las normas, un agravio a la ciudad y un conflicto social de marca mayor. Por decenas se cuentan los preadolescentes, adolescentes y adultos jóvenes ingiriendo licor y drogas en vía pública, clientes todos de un par de bares que, gracias al desordenado uso del suelo que predomina en la ciudad, incubaron el caos en la zona. Pasadas las seis de la tarde y hasta la madrugada, todos los días, se vive un carnaval de excesos en el parque. Los fines de semana es un pandemonio.
Los andenes, calles y zonas verdes contiguas al parque Laureles se volvieron parqueaderos y sanitarios públicos. Además de consumo de drogas, hay prostitución y proxenetismo, violencia y contaminación auditiva en el parque y sus alrededores. Acabaron con el parque. Pese a los contenedores subterráneos ubicados en el parque, los maleducados adictos al alcohol y las drogas prefieren arrojar al piso y jardines vecinos la basura que producen. Con la mejor intención, el concejal Felipe Villamil gestionó e instaló hace ya varios meses unas mesas en el parque, pero terminó, sin pensarlo, amoblando un bar a cielo abierto sin hora de cierre.
Borrachos y drogados, ya de madrugada, pese a que hay una norma que lo prohíbe, los motociclistas van y vienen del parque Laureles. No pudo Setta, no pudo la Policía, no pudo Gobierno, no pudieron los desesperados vecinos a través de acciones populares y tutelas; los desadaptados ciudadanos son menos, pero pueden más.
Se quedaron sin parque en Laureles, como también les pasó a los moradores de Coinca con el polideportivo detrás del Portal del Quindío, hoy convertido, como casi todos los parques de la ciudad, en zonas de tolerancia.
Los primeros que tiraron la toalla fueron los padres de familia de la horda que noche tras noche llega al parque Laureles para incomodar, violentar y destruir. Es tal la impotencia gubernamental, que ya están construyendo un muro para aislar el guadual que hay detrás del parque, al que entran a drogarse y prostituirse decenas de jóvenes. Lo mismo hicieron en el parque del barrio Los Profesionales, otro sitio pensado y construido para el sano esparcimiento, pero al que da miedo entrar.