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Como yo, puede que muchos de ustedes no hayan sabido antes que las cenizas de Gabo y Mercedes están en el Centro Histórico de La Heroica, específicamente en el Claustro de la Merced de la Universidad de Cartagena. Días atrás caminábamos sin prisa por las calles de la fantástica, bajo el sol ardiente que se condensa entre las casas coloniales, cuando de repente J se detuvo y me dijo ven, entremos. Asistí sin mucho entusiasmo ˗era mediodía, el sudor ya me era insoportable˗ y lo primero que vi, justo en la mitad del palacio, fue el rostro silencioso de Gabo hecho un monumento de bronce, rodeado de arbolitos y flores y luz natural: un Gabo libre. Me emocioné, con prudencia y en sigilo, porque sospechaba que me hallaba en un lugar sagrado. Rodeé al Nobel y en la piedra base del monumento, en uno de sus costados, leí: Mercedes Barcha Pardo, 1932-2020. Estaba estremecida: nadie nunca puede llegar a imaginar lo importante que era para mí encontrarme en ese lugar.
El pasillo izquierdo tiene una exposición de arte llamada «Aventuras en Macondo», del norteamericano Michael Young, compuesta por diez piezas que reinterpretan los personajes y los momentos más trascendentales de la novela Cien años de soledad. A la derecha, el pasillo está cobijado por una obra que lleva el nombre de «Gabo en el tiempo». J fue hacia Macondo y yo elegí el viaje en el tiempo. Caminé. Me detuve en el inicio y el primer cuadro advertía: «Usted se encuentra en el espacio donde reposan las cenizas del Nobel de Literatura colombiano, Gabriel García Márquez y su esposa, Mercedes Barcha. Esta universidad, que recibió al joven estudiante en las aulas de la facultad de Derecho en 1948, hoy custodia su memoria y sus restos…» Fue ahí, justo en ese instante, cuando supe que estaba cumpliendo un sueño: estar junto al escritor que más admiro y uno de los faros que me ha guiado durante mi vida literaria.
Recorrí con lentitud y al detalle toda la exposición, desde su nacimiento hasta su muerte, acompañada de frases, momentos claves y preciosas ilustraciones de su vida. Hacia el final del pasillo, una puerta entreabierta con la imagen viva del Nobel invitaba a entrar: «La sala para recordar a Gabo». Era una especie de museo íntimo, un pequeño santuario con su inscripción como estudiante de Derecho de la U. de Cartagena, sus camisas coloridas y caribeñas, el vestido completo con el que recibió el homenaje de la Academia Española de la Lengua en Cartagena, algunos de sus libros y otros objetos como relojes y gafas que eran parte de su esencia. También un monumento de Gabo y Mercedes mirándose frente a frente, inmortalizados en el amor. Parecía una niña chiquita, fascinada y enamorada de lo que estaba viendo. Al salir, J me contó su experiencia en Macondo. Yo hice lo mismo y añadí, con fervor amarillo, que sin pretenderlo me había dado el más bello regalo de cumpleaños.