Opinión / SEPTIEMBRE 18 DE 2023

De cuando desecaba pájaros

Las opiniones expresadas por los columnistas son de su total y absoluta responsabilidad personal, no compromete la línea editorial ni periodística de LA CRÓNICA S. A. S.

Teresa, al igual que Elsa, dedicó su vida a criar a los hijos de otra. A ninguna de las dos le conocieron pareja ni interés romántico por alguien. Teresa tiene casi ochenta años y es hermana de mamá. Nos visitó hace poco. Después de años sin verla, me sorprendió ver el peso del tiempo: tiene la piel tan blanca que sin esfuerzo se le notan las venas de los brazos. Perdió un ojo, por glaucoma, la joroba creció, y adelgazó, fruto de la dieta estricta y el tratamiento que sigue para evitar el regreso del cáncer de seno. Tía, ¿usted por qué desecaba pájaros?, le pregunté un día.

La historia me la había contado tía Elsa, una de esas tardes en la que la acompañé junto a su máquina Singer. Entonces me pareció curiosa, ahora, me fascinó por revelar con pájaros muertos la soledad, el miedo, la inocencia, la maternidad truncada y el deseo de cuidar.

Ay, yo que voy a saber, dijo. Cuando vivíamos en la finca, una casona grande de tejas y madera, yo cogía los pájaros que mataban los gatos o que aparecían muertos y los secaba. Una mañana, me acuerdo de que los hijos de Gustavo —el mayor de nosotros— mataron una mirlita con una cauchera. Guambitos ociosos, tontos pendejos, les grité desde la chambrana.

Ellos echaron a correr cafetal arriba. Me fui al trote hasta el patio, levanté la pajarita y le di primeros auxilios: intenté darle agua en el piquito zapote, la puse en una coca y di golpecitos secos. La soplé suavecito. Más, sin embargo, no se alivió, se murió.

Me la llevé para la pieza, en la que dormíamos los nueve hermanos. La dejé sobre una mesa, agarré una navaja y la abrí desde el pecho hasta el buche. Le saqué todo lo de adentro: las tripas, hígado, corazón y pulmones. Todo. La puse sobre un cartón y la llevé pa’l patio. Allá la dejé tres días al sol para que se secara por dentro.

Cuando pasaron esos días la devolví a mi cuarto y de la estufa de leña agarré dos puñados de cenizas frías. Le llené el buche a la pajarita con eso. Con aguja y con hilo le cosí el buche. Luego, la agarré y la extendí en una de las paredes y la clavé con una puntilla. Se veía linda. Ahí estuvo hasta que aparecieron los gusanos y por el olor mis hermanos me regañaron: “Teresa, bote eso, tonta pendeja, ¿qué le pasa?”, dijeron varias veces. Por turnos Gustavo, Elsa y Griselda me obligaron a bajarla y botarla. La enterraba y la pared permanecía vacía hasta que encontraba otro pájaro y yo lo abría, le sacaba lo de adentro, lo ponía al sol, lo llenaba de ceniza y lo pegaba en la pared.

Repetí eso con muchas aves, me gustan los pájaros. Nunca nadie me enseñó a hacerlo, pero yo misma les hacía la cirugía y las preparaba, aunque no duraran más de una semana en el cuarto. Una vez también tuve una tortolita y cuando me iba a acostar, colgaba la jaulita de palo a los pies de la cama de Elsa. Al otro día amanecía brava porque le había cagado las patas. Los muchachos le preguntaban: ¿No le gusta el paciente que la acompaña en las noches? Nos reíamos a carcajadas.
 


COMENTA ESTE ARTÍCULO

En cronicadelquindio.com está permitido opinar, criticar, discutir, controvertir, disentir, etc. Lo que no está permitido es insultar o escribir palabras ofensivas o soeces, si lo hace, su comentario será rechazado por el sistema o será eliminado por el administrador.

copy
© todos los derechos reservados
Powered by:Rhiss.net