Autor : Martín Urrea
![The Fabelmans, el reencuadre de Steven Spielberg: tráiler y crítica](https://cronicadelquindio.com/files/noticias/202302050725498.jpg)
Una película que no apela a la nostalgia, sino a la memoria.
En The Fabelmans, la más reciente obra de Steven Spielberg, el clímax metafílmico y artístico no solo de la película, sino del artista, se resume en un reencuadre. The Fabelmans es un ejercicio inesperado con Spielberg, y una muestra más de su maestría narrativa. Ya desde su mezcla biográfica y ficticia existe un roce emocional con la realidad, y una expectativa respecto a cómo se va a abordar esa memoria, ese espacio de recuerdo en el que crece el arte y donde es tan fácil caer en simplicidades nostálgicas, y que para mi sorpresa se evitó completamente.
Cuando digo simplicidades nostálgicas me refiero a esa mezcla de acciones, imágenes y texturas que apelan a espacios comunes generacionales, donde la nostalgia grupal entra en juego y la obra apuñala descaradamente mediante la manipulación, sé que parece que lo digo desde el desdén, pero esto no es precisamente malo. Últimamente, estas “simplicidades” suelen verse en pantalla en forma de cameos de personajes de pasadas franquicias o en símbolos fácilmente reconocibles. Un histrionismo ‘palomitero’ que me hizo preguntar cómo Spielberg, maestro casi absoluto de las reglas visuales y narrativas del blockbuster y creador de esos mismos símbolos a los que ahora uno se apega, los iba a desplegar para contar su propia historia. No dudé que la obra iba a poseer el esmero y la técnica de un cineasta de años, quien desde sus inicios ha mostrado un dominio absoluto de la puesta en escena, pero cuando me encontré con The Fabelm, hora y media dentro de la película, algo me hizo ‘clic’ en la cabeza y entendí que, para mi sorpresa, la película no apelaba a la nostalgia, sino a la memoria.
The Fabelmans acude al recuerdo, a la creación de eventos y traumas que se construyen y que se recuerdan, no como espacios anhelados, sino como estandartes de evolución y sentimientos, y es que en sus primeros momentos me sentí confundido por lo que veía; y lo que veía —que descubrí después— era la contenencia de estas formas a su nivel narrativo más elemental.
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Hay pocos que mueven la cámara como Spielberg para dar la información que se deba dar, la puesta en escena de esta película, diferente a por ejemplo la de sus conocidos filmes anteriores, no se explaya con el tecnicismo al que uno está acostumbrado; se mantiene firme, cumpliendo su intención emocional y narrativa con un pulso contenido que se ve en toda su magnitud en varios momentos específicos, por ejemplo, en los cortometrajes. Y es que el Spielberg laborioso y técnico, que se ve reprimido en las escenas que hacen avanzar la narrativa, tiene su estallido en los cortos que su ‘yo’ ficcional realiza, un juego de cámara y recursos donde la forma y la innovación es lo que importa porque en su estado básico como unidad elemental de lenguaje audiovisual, el impacto y la emoción atrapan. Las reproducciones de John Ford, de los códigos del western, de la grandilocuencia infantil hecha batalla de la segunda guerra mundial, donde el ingenio de la sorpresa y el encanto por los trucos resaltan ante su, sobre todo, increíble capacidad de contar historias.
El Spielberg de The Fabelmans sabe que incluso con un símil ficcional, el espectador entiende la historia biográfica que se está contando, y aprovecha esta confianza en su audiencia para centrarse en esas pequeñas historias donde la innovación y el tecnicismo se ubican en un limbo autoral entre el director ficticio y el director real. Es un ejercicio de meditación memorativa donde no se regresa exactamente al pasado, sino que se recrea para complementar la intención metafílmica de Spielberg que estalla y se concentra en un plano final, un reencuadre amarra realidad y ficción para sellar una oda a la unión entre hombre y niño por un objeto común, la cámara.