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Historia / ABRIL 07 DE 2024 / 1 mes antes

El centenario de don Jair Londoño Torres, el artista campesino

Autor : Roberto Restrepo Ramírez

El centenario de don Jair Londoño Torres, el artista campesino

Jair Londoño Torres.

Un hombre que con perseverancia y empuje se perfiló como un distinguido habitante en el Quindío. 

Un líder agrario del Quindío, nacido el 5 de abril de 1924, representa un símbolo de la perseverancia para el municipio de Córdoba y para su departamento. Se trata de don Jair Londoño Torres, el hombre que es recordado, en el centenario de su natalicio, como la persona que ha dejado un legado de muchas realizaciones, difíciles de olvidar.

 Jair Londoño Torres nació hace un siglo en el hogar conformado por Bárbaro y Clementina, siendo el octavo de doce hermanos. Vino al mundo en el sector rural de Calarcá, donde fue criado en el entorno campesino. Desde la edad de un año, su familia se trasladó a la finca La Miranda del municipio de Córdoba, donde su ímpetu de dirigente, preocupado por la defensa de los intereses de la ruralidad, se fue acrecentando  poco a poco, hasta convertirse en un carismático delegado de su región, siempre preocupado por el bienestar comunitario.

Contrajo matrimonio el 15 de agosto de 1951 con Ana Rosa Restrepo Ruíz, con quien compartió 56 años de vida matrimonial y fue padre de diez hijos. Ellos son Félix, Hernando, Clementina, Martha Lucía, Ómar, Rubén Antonio, Luis Bernardo, Julieta, Gloria Mercedes, Carmelita y José Jair. De esta descendencia también hay 27 nietos y 23 bisnietos.

Fue don Jair el personaje versátil que deja huella en el camino de la Quindianidad, como lo atestiguan los siguientes hechos y logros en su vida y tal cual lo confirma su semblanza, publicada en un hermoso libro, editado por su familia en el año 2023,en el mes de marzo. Ese día, muchos nos reunimos en Córdoba para asistir al homenaje rendido al que fue también un artista, músico y compositor destacado. De las primeras páginas de esa obra, titulada “CÓRDOBA, SUS GENTES Y SUS HECHOS”(Real Editores, Armenia, 2023), redactada  por él en lenguaje ameno, me permito transcribir el último párrafo de aquella reseña biográfica, que se conoció en vida de don Jair. Es importante darla a conocer, porque su nutrida riqueza de detalles nos muestra las ejecutorias de un hombre íntegro, que siempre se entregó a los suyos, tanto en el medio familiar como en el comunitario:

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“....Ha obtenido muchísimos reconocimientos y ha sido invitado a muchas exposiciones. Ya que él es un campesino que cambió el canasto y el azadón por la guitarra y los pinceles. Apenas logró estudiar hasta tercero de primaria y sin embargo llegó a ser el Presidente de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC). También fue el representante de los campesinos colombianos ante la FAO y ante el INCORA. En esa época hizo parte de la comisión que acompañó al presidente Carlos Lleras Restrepo a la entrega de títulos de propiedad de tierras a campesinos de Sincelejo. 

Monumento a la paz.

Siendo miembro de la Junta de Usuarios Campesinos del Quindío le correspondió presentar el discurso de bienvenida al presidente Lleras Restrepo cuando vino al departamento. Fue el creador de las organizaciones campesinas en el país. En 1970, por orden del Ministerio de Agricultura, formó parte de una comisión oficial para conocer programas de reforma agraria y colonización dirigida en Brasil. Y asistió a un Congreso Latinoamericano sobre Reforma Agraria y colonización en el Perú. 

Este congreso contó con la presencia de delegados de 27 países, durante ocho días. Allí le correspondió dictar una conferencia sobre la problemática y la situación de las familias campesinas latinoamericanas, transmitida por televisión y repartida en cinta magnetofónica y por escrito a todas las delegaciones. Incursionó en la política, llegando a ser concejal del municipio de Córdoba y diputado a la Asamblea del Quindío”.

Conocí a don Jair por dos hechos especiales. En la década de los años 70, él compartió con el antropólogo colombiano Jaime Arocha, quien escribiría después una obra importante para la reseña de los conflictos en el campo colombiano (“La Violencia en el Quindío”, Tercer Mundo Ediciones, 1979). Fue precisamente ese líder campesino de  Córdoba quien acompañó al investigador en el trabajo de campo que le sirvió, en tierras del Quindío, para escribir el tratado sobre la Violencia en esos parajes caficultores y que es texto de obligatoria lectura para quienes nos interesamos  en los temas sociales que dirigen a la historia de la región. 

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Motivado por el contenido de esa obra, conocí al campesino artista que es don Jair. Fue, en los años noventa en su casa en Córdoba, donde entré en el otro recinto de su vida admirable, el del arte. Don Jair Londoño Torres, cantautor de sus poemas y canciones. Y artista campesino. Con estas dos facetas del arte, don Jair ha quedado inmortalizado. 

En los dos tomos que el Comité Departamental de Cafeteros del Quindío publicó bajo el título de “CANCIONERO MAYOR DEL QUINDÍO”, en 1995, su autor, el sociólogo Álvaro Pareja nos dio a conocer el inmenso caudal de canciones compuestas por este intérprete de la guitarra. Y, en el libro editado por su familia, en 2023, conocimos, en el capítulo VI, letras de  poemas y de otras canciones, incluyendo las dedicadas a Montenegro en sus 100 años y un proyecto de himno para los hogares infantiles.

Pero la perennidad de la obra de don Jair quedará, por eterna memoria, en su Galería Flor de Café, al lado de su casa familiar de Córdoba, que resguarda el mayor legado artístico de este artista magnífico. Son las admirables obras realizadas en pequeñísimos trozos de bambú. Un conjunto de maquetas, único en Colombia, que reseñan monumentos religiosos y otras realizaciones de su creatividad. Sobre ello, así destaca su amigo, el antropólogo Arocha, la heredad de don Jair. Lo escribió en el prólogo del libro de su familia, bajo el título “El Maestro Jair Londoño Torres, Tallador de la Paz”:

“...Su réplica de la Catedral del Señor de los Milagros en Buga quizás haya sido la obra más elaborada. Le tomó 36 meses de trabajo, incluyendo la fabricación de 72.570 diminutos ladrillos de guadua, 36 docenas de estrellitas de nácar, 41 bombillos, 29 torres y 720 figuras en balso. De esa manera logró reproducir escalas, naves, altares, imágenes sagradas, reclinatorios, luminarias, feligreses y una multitud de visitantes, incluyendo indígenas de Guambía con sus atuendos tradicionales, personas negras, una pareja de “hippies”, ella con tremenda minifalda; él de greñas y gafas negras. Turistas con sus respectivas cámaras fotográficas y niños de colegio uniformados y formados en orden para ingresar al templo, amén de toda clase de vendedores, ya sea de abalorios religiosos, de comidas rápidas o gaseosas. Londoño talló y vistió cada muñequito, dejando espacios para reparar los que pudieran dañarse. Por su parte, el techo de la basílica es removible, para poder acceder a los circuitos eléctricos, cambiar las pequeñísimas bombillas, reparar conexiones gastadas o imágenes que revelan el paso de los años”.


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